Sistema educativo, la gran mano deformadora

 Fotografía de Cartier-Bresson



"Lo que se le dé a los niños, los niños darán a la sociedad" 
Karl Menninger.



Quiero empezar diciendo que yo también era un alumno de sobresalientes. Pero como entenderán al final del artículo la mayoría de aquellos resultados no tenía ningún mérito atribuible ni a mi esfuerzo ni a mi interés, y por supuesto tampoco se debieron a la labor motivadora ni formadora  del sistema educativo en el que estudié.  Yo apenas me limitaba a hacer los deberes obligatorios (solo si eran obligatorios), y a estudiar el día anterior a los numerosísimos controles y exámenes que, como sigue ocurriendo a día de hoy, teníamos. Nada más.

El 70% de las clases que se daban antes (y lo mismo sucede ahora) eran tan aburridas en su forma y metodología, tan fuera de lugar y tan carentes de interés para  nuestras edades que, al menos en mi caso concreto, a los tres minutos de empezar cualquiera de ellas  mi cabeza desconectaba y se ponía a pensar en otras cosas. Si alguna vez me preguntaban al final de clase, no tenía obviamente ni la más remota idea de cuál era la respuesta, pero ni siquiera, en ocasiones, de lo que se había estado hablando allí. Como era una persona respetuosa y paciente no molestaba a nadie, ni interrumpía las clases, ni mostraba ningún signo de desaprobación por el esfuerzo que suponía haber pasado allí 6 o 7 horas del día sentado en una silla, sin poder moverse, ni saltar, ni jugar, ni mostrar las enormes necesidades que al menos yo sentía de ver cosas increíbles, de experimentar cosas increíbles, de hacer cosas increíbles.

Creo que la etapa escolar, no solo por mi experiencia sino también por la de muchos niños y niñas de entonces, de antes y de ahora, es uno de los periodos más esclavizantes de la vida del ser humano en las sociedades modernas, superando en muchos casos al de la propia labor profesional de un gran número de los trabajos de nuestro cancerígeno modelo productivo.

Estoy convencido, además, que la naturaleza misma de aspectos como el fracaso escolar y sobre todo de problemas tan graves como el consumo de alcohol y drogas de la juventud, la desorientación profesional y personal de la misma o su desinterés por casi todo, tiene sus raíces, como explicaré a continuación, en la experiencia opresiva y deformadora de nuestro modelo educativo.  

En mi caso concreto, del 70 % de los contenidos que me explicaron en las horas que pasé en el colegio no aprendí nada. Nada es nada. Cero. Y similares porcentajes podría decir también de mi paso por la universidad (si bien aquí, al no ser obligatoria la asistencia, ya me procuré yo mismo de no asistir a muchas de aquellas sesiones que no me aportaban nada). Esto mismo que acabo de comentar ha ocurrido, en mayor o menor medida, a muchas de las personas de todas las edades y niveles formativos con los que he hablado, en un gran porcentaje personas brillantísimas académicamente.

En la mayoría de las ocasiones, todos aquellos conceptos, definiciones y preguntas sin sentido que aparecían en los incontables controles y exámenes que hacíamos en el colegio solo se mantenían en mi cabeza el tiempo que pasaba entre el día antes del examen en que las estudiaba y unas 24 o 48 horas más tarde en que éstas se perdían (en muchos casos para siempre) en el abismo desconocido de mis conexiones cerebrales.

¿Pero cuáles son los motivos de la inconsistencia de este modelo? ¿Qué se está haciendo, en mi opinión, tan mal para hacer de todo el sistema un foco de desinterés generalizado? Antes de responder, quiero hacer mención a la recientísima publicación de un libro blanco encargado por el gobierno al filósofo Jose Antonio Marina y cuyas veinte propuestas finales por supuesto me he leído para evitar escribir algo aquí y ahora sobre lo que ya se hubiese dicho en ese otro foro. Para mi sorpresa y como bien se advierte en la introducción del mismo, el trabajo solo se ocupa de una de las aristas sobre las que se conforma todo el sistema: la carrera profesional del docente. Y por tanto el análisis está unicamente centrado en la formación, selección, evaluación, supervisión, retribución y reconocimiento de todo el profesorado. Siendo ésta, como acabo de decir, una pata muy importante de todo el sistema, no lo es tanto, ni de lejos, como los aspectos que pretendo poner de manifiesto en este artículo. Y de hecho considero que incluso los grandes profesores pasados y actuales, que los hay y en gran número, fueron y siguen siendo también víctimas colaterales de todo lo que voy a exponer a continuación. Por ello invito desde aquí al profesor Marina a proponer un análisis profundo de todo lo que expongo a continuación y que, como digo, golpea de lleno en la línea de flotación del sistema en su conjunto.

El problema crónico (y también graciosamente anacrónico) del sistema educativo, y sus graves consecuencias deformadoras (como afirmo en el título del artículo) son las que se extraen de hacer una reflexión en su máxima profundidad de las siguientes preguntas aparentemente triviales (¡qué gran paradoja!): ¿qué es la educación, es decir, cuál es su objetivo?, ¿y a quién va dirigida?, y respondidas estas dos preguntas claves (aparentemente simples pero causantes, como entenderán al final, del fracaso estrepitoso de todo nuestro sistema) responderé también a las dos que se derivan de las anteriores ¿cómo se debería llevar a cabo dicha labor? y ¿quién debería realizarla?

Empecemos. ¿Qué es la educación para mí (como estudiante, como padre, como compañero de cientos de estudiantes y también de muchos profesores, como formador ocasional y como persona procupada desde niño por la misma) y a quién va dirigida?

La educación para mí es o debería ser un viaje del individuo (no de la masa) tanto al exterior de uno mismo como a nuestro propio interior. Un viaje permanente (a lo largo de toda la vida), y cuyos objetivos esenciales serían inspirar primero y propiciar después el descubrimiento de todas nuestras capacidades creadoras, así como el conocimiento de uno mismo y del otro como parte intrínseca e inseparable del propio yo.  Todo esto con la visión puesta en el único horizonte posible: asentar los valores básicos de ética, colaboración y respeto, aumentar (o al menos intentarlo) la felicidad global de todas las personas y alcanzar una armonía real entre el ser humano que somos y el mundo en el que vivimos.

Detengámonos en varios aspectos claves señalados arriba para entenderlos, y sobre todo para poner de manifiesto cuán distinto es el sistema actual.

  • La educación debe ser un viaje del individuo, no un examen permanente de sus conocimientos como es en la actualidad. 
  • El viaje debe ser un viaje al exterior  (a todo lo que vemos, a todo lo que tocamos, a todo lo que percibimos) pero también un viaje al interior de uno mismo. No conozco ningún colegio que tenga espacios o asignaturas anuales dedicadas a aspectos tan importantes como el autoconociminento, la inteligencia emocional, la autoestima, la compasión, la consciencia, la inconsciencia, la empatía, la armonía, la meditación, los miedos, la felicidad.
  • El viaje al exterior debe perseguir mostrarnos cosas del mundo exterior, pero no obligarnos a memorizar sus fórmulas, ni sus definiciones, ni sus nombres, ni sus partes, ni sus elementos. Sí a contarlo con maestría, a visualizarlo, a recrearlo, a tocarlo, a sumergirnos en él. No a memorizarlo ni a preguntarlo en exámenes con riesgos gravísimos (cuando no fines) de suspendernos, de compararnos o de ponernos en evidencia ante los demás. En caso de hacer algún examen éste solo debería servir para evaluar al que pretendiese ponerlo.
  • El viaje debe ser permanente. No centrado en un periodo de la vida del que no pudiéramos escapar. La sociedad tiene que estar abierta y fomentar la formación continua a la largo de toda la vida de una persona. Muchas personas viven frustradas en trabajos encontrados a los veintipocos años, al salir de la etapa formativa obligatoria, y que no sacan nada de su verdadero potencial. El aprendizaje debe estar abierto a todos siempre y en cualquier lugar. En la actualidad internet lo está permitiendo ya. Los mejores cursos que he hecho en mi vida han sido siempre sin costes, a través de internet o en conferencias o escuelas libres presenciales donde no tuve que pagar nada y donde mi propio interés así como el conocimiento de quien los impartía, ya fuera éste un desconocido o la máxima autoridad a nivel mundial del asunto, garantizaba el éxito del mismo.
  • El viaje debe ser inspirador, no aburrido ni programático y por tanto debe ser llevado a cabo como un juego, como un cuento, como una gran película en la que nosotros somos los protagonistas. Decía Schiller una frase que siempre me gusta compartir: "el hombre solo es verdaderamente hombre cuando juega". Me apena ver que todos los colegios siguen manteniendo horarios donde el tiempo dedicado al patio es de media hora y a asignaturas académicas 5, 6 o 7 horas. Preferiría invertir dichas proporciones o al menos igualarlas, haciendo de los periodos que no son de juego libre, lo que a día de hoy llamamos horas académicas, periodos organizados y construidos también como un gran juego.
  • El viaje debe ser individual, esto es muy importante. Esto responde a la gran pregunta de a quién va dirigida la educación. La educación no debe ser aborregante, pensada para una masa idiotizada, donde quien recibe la educación es un grupo de sujetos pasivos que no pueden participar en la elección del contenido ni en la forma de lo que se le enseña. La educación no puede estar pensada, como ahora, para generar unidades de producción en un sistema económico perverso, esclavista con la mayoría, al servicio de élites económicas que nunca llevarían a cabo el trabajo que piden a los demás. 
  • Cada individuo tiene que crear su propio itinerario dentro de este gran viaje del que estoy hablando según sus capacidades, sus gustos, sus intereses. Y la escuela tiene que ser el ámbito que fomente esto y no un centro rígido donde el individuo no tiene voz, ni voto, ni posibilidad. Cada alumno deberá poder escoger asignaturas libres desde muy pequeño según sus gustos y potenciales (asesorado por supuesto por sus padres y profesores): más deporte, más arte, más ciencia, más música, más matemáticas, más historia, más baile, más filosofía... Más de cada cosa en función de los gustos y aptitudes de cada uno en cada momento. Y donde dichas clases construidas de la mano de alumno y profesor deberían potenciar y hacer brotar los intereses y capacidades de cada niño.  

Esbozadas las respuestas a las dos primeras preguntas, las más importantes, las más olvidadas, lanzo a continuación mis propuestas para dar contenido a las dos últimas: ¿cómo se debería impartir la educación y por quién? Algunas de las cosas ya están contestadas o sugeridas arriba, simplemente añado ciertos temas no hablados que sirvan para revelar el alcance total de mi exposición.
 
  • Los horarios deben ser ajustados a la capacidad de aprendizaje de las personas y a la conciliación de la vida personal y familiar. En la actualidad muchos colegios se están contagiando de los horarios infernales de los padres. Tenemos que cambiar los horarios laborales de todos, empezando por el de los niños, para que la vida sea realmente vida, y no un esclavismo al servicio del dios dinero, la gran religión del planeta que nos mantiene esclavizados a todos.
  • La educación debe ser colaborativa y no competitiva. Fomentemos el trabajo en equipo, los juegos, el teatro como liberación de nuestras caretas y como empatía por otras formas de ser, el respeto al otro, la interrelación con los demás. Eliminemos todo la cultura de resultados y competitividad de nuestro mundo actual, empezando por la escuela. Eliminemos los exámenes y los controles y sustituyámoslos por trabajos colaborativos realizados siempre en horario escolar y con la metodología de juegos o roll plays. Pensemos en la gran paradoja con el que he querido comenzar este artículo. En nuestro sistema actual se está premiando a personas con mayores cocientes intelectuales o con mayor memoria, personas a las que les cuesta menos sacar una buena nota en un examen, comprender la lógica de una operación matemática o asimilar lo que se esconde detrás una abstracción conceptual. Personas que estudiando la tercera parte que el resto o incluso sin asistir a clases, consiguirían los mejores resultados en este tipo de exámenes. Por favor, entendámoslo todos, este modelo es paradójicamente injusto. Está premiando a quien menos le cuesta y estigmatizando o clasificando a las personas desde niños. Es como si evaluásemos a los niños por la altura física, o por el color de los ojos o por la concentración de glóbulos rojos que tiene su sangre un día concreto. Acabemos para siempre con esta forma de clasificaciones discriminatorias.
  • Por todo lo dicho anteriormente, NO con mayúsculas a los deberes y NO con mayúsculas a los exámenes que no significan otra cosa que más deberes, más trabajo extraescolar y más clasificación de las personas. ¿No es suficiente el horario escolar para todo lo que hay que contar a los jóvenes sin que tengan que estudiar ni un segundo más? El sistema actual es tan opresivo, tan poco abierto y tan poco atractivo que hace que el ser humano se acabe conviertiendo en borreguillos dirigidos y clasificados: borreguillos sobresalientes, notables, suficientes, muy deficientes.
  • Desgraciadamente, detrás de este sistema tan impersonal y opresivo, aunque nadie lo haya querido correlacionar aún, están el abandono escolar de algunos, la desmotivación de la mayoría, y sobre todo la represión de nuestros verdaderos yoes, completamente a la deriva en este cauce del que no podemos salirnos, y que conduce en muchos casos a la búsqueda de la liberación por caminos tan siniestros como el alcohol o las drogas.
  • Por último, como respuesta a la pregunta sobre quién debe trabajar en este modelo, mi respuesta es muy clara también, aunque resulte novedosa para muchos: Todos debemos trabajar en el mismo. Como ya he explicado en alguno de mis artículos anteriores, existe una concepción errónea de la participación del individuo en la sociedad, en la democracia,... Y eso hace que nos excusemos de su mal funcionamiento echando las culpas a un colectivo en concreto. La educación es cosa de todos. Los profesores deberían ser los mejores posibles porque jugarían un papel primordial en esto que se propone aquí. Pero este tipo de enseñanza que promuevo no está pidiendo que el profesor sea el que imparta todas las clases. En modo alguno. Las clases las debe dar el que más sabe. En ocasiones será una conferencia de un experto en internet, en otras un vídeo de cualquier persona que destaque en algo, en otras un abuelo, una madre, un policía, una juez, un modisto, una enfermera, un alumno. El profesor tiene simplemente que ser una persona brillante que sea capaz de articular esto, de elegir los mejores contenidos y sobre todo de tener claro que el éxito del sistema es conseguir la motivación del alumno, su inspiración, su diversión y su participación. El colegio no puede ser un negocio, ni una cárcel, ni un camino de exclusión social, ni por supuesto una cadena de producción al servicio de cualquier tipo de fundamentalismo (religioso, capitalista, nacionalista). Al contrario, el colegio debe ser un ámbito de crecimiento personal, de libertad de pensamiento y opinión, y por supuesto de cohexión y colaboración en la búsqueda de un mundo mejor y más justo.
Me detengo aquí. Creo que las ideas básicas están sobradamente esbozadas y también los peligros y consecuencias del sistema actual. Nuestra sociedad requiere un cambio en su conjunto, un cambio que pasa por todos los estratos de la misma, y uno de ellos, tal vez el más importantes, el de la educación de nuestros hijos.

Como ya he expresado en otros artículos, espero que el trabajo conjunto de quien piense de un modo similar, sirva para construir un modelo impulsado por todos, creado por y para todos, un modelo que nos lleve a una verdadera armonía entre la persona que somos y el mundo en el que vivimos. Que así sea. Cuenten conmigo para ello.


JAJ (Enero de 2016)



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