Justicia y Estructuras de poder, dos enemigos irreconciliables


Fotografía de Emilio Morenatti. Premio Ortega y Gasset.


"Uno tiene que llegar al estadio en que el poder esté en manos de
 quienes lo rechazan, y no de aquellos que ambicionan poseerlo". Simone Weil




Vivimos momentos descorazonadores.

Leer los periódicos, ver la televisión, escuchar la radio son casi actos de autoflagelación.

A diario somos testigos atónitos (yo al menos lo soy) de  la presión, la descalificación  y la persecución feroz que sufren aquellas personas honestas que se atreven a denunciar o a investigar comportamientos gravísimos cometidos, amparados u ocultados por cualquier tipo de Estructura de poder.

Bradley Manning, Julian Assange, Edward Snowden, Ada Colau, el juez Garzón, la jueza Alaya, el juez Ruz, el juez Castro, el juez Elpidio Silva, son solo algunos de los nombres más conocidos que sufren la terrible e indignante presión mediática e institucional a la que me refiero.

¿Por qué ocurre esto?

¿Por qué los ciudadanos anónimos que denuncian casos flagrantes cometidos por cualquier Estructura de poder son perseguidos, encarcelados e, incluso, en los escenarios más terribles, eliminados físicamente?

¿Por qué los pocos servidores públicos valientes e imparciales (jueces, policías, fiscales, periodistas,...) que intentan perseguir con rigor actuaciones injustas de cualquier miembro de una Estructura de poder son inmediatamente insultados, acosados y hasta, en algunas ocasiones, apartados de sus casos o expulsados de sus carreras?

La razón de esto, siento decirlo con tanta claridad, no puede ser más evidente: toda Estructura de poder es originariamente injusta.

Para comprender el razonamiento de este artículo explicaré primero a qué estoy llamando Estructura de poder y cuál es su verdadera razón de ser. Y para ello comenzaré por repasar el significado etimológico del término, no porque sea lo más relevante de mi exposición pero sí porque resultará muy revelador para comprender toda la argumentación posterior. La palabra poder, parte principal de dicho término compuesto, procede del latín vulgar possere, que a su vez deriva de los términos posse, potis, que en última instancia proviene de la raíz indoeuropea potis, que significaba amo o dueño (y también esposo). Podría en este punto hacer ya una deriva fácil a la connotación negativa de ambas acepciones etimológicas, pero no pretendo hacerlo. Es más, creo que el "poder" verdadero, sólo el verdadero, no es negativo per se. Es decir, nadie dudará que aquellas personas que son "dueñas" de un talento especial (ya sea artístico, humanitario, etc.) ejercen una influencia muy positiva sobre toda la sociedad sin tener que ejercer por ello un efecto de dominación sobre la misma. Así, por ejemplo, Sócrates, Cervantes, la madre Teresa de Calcuta, Gandhi, Pablo Picasso ejercieron y siguen ejerciendo seguramente un poder espontáneo (es decir una ascendencia o autoridad)  por el mero hecho de haber sido dueños de una virtuosidad grandiosa en sus respectivos ámbitos de actuación. Tienen poder, no cabe ninguna duda, pero poder en el sentido de autoridad no dominativa, o expresado en otras palabras, tienen poder en el sentido de influencia inspiradora, autopoietica, contagiadora. Estamos hablando, por tanto, en estos pocos casos al menos, de un poder positivo, claramente positivo.

¿Dónde nace el problema entonces? Analicemos la segunda de las palabras que componen el término compuesto "Estructura de poder". Estructura proviene etimológicamente de la voz latina structura y significa construcción, fábrica (síntesis de la raíz structus (construido) y del sufijo ura (actividad, resultado)). Este término en sí mismo, aisladamente, tampoco es negativo. El problema surge con la unión de ambas palabras, es decir, el problema nace cuando construimos ámbitos de dominación, cuando inventamos o fabricamos (y por eso utilizo el término Estructura en mayúsculas en tanto que creación de algo nuevo, propio, no común) organizaciones donde se producen posiciones de adueñamiento sobre algo o sobre alguien, y lo que es peor, posiciones que acaban presuponiendo aforamientos o tratos de justicia ad hoc (es decir, tratos de clara injusticia y por tanto peligrosísimas excepciones del principio básico de igualdad).

Pero más allá de los indicios que ya nos sugiere esta breve disección etimológica, la realidad incuestionable es que cualquier análisis objetivo que se haga del funcionamiento real de los miles de ejemplos de Estructuras de poder que conforman nuestras sociedades, todas ellas nos revelan siempre, sin excepción, que han sido construidas o han acabado degenerando en organizaciones donde alguien tiene privilegios «especiales» para poder actuar de forma no ética, no justa. Da igual el ámbito de las mismas, Estructuras de poder gubernativas, legislativas, militares, judiciales, sociales, sindicales, religiosas, culturales. Da igual también su tamaño (incluso ocurre en las estructuras de poder unipersonales que también existen). Todas ellas acaban actuando de forma injusta. 

Llegado a este punto, alguien erróneamente podría creer que todos actuamos de manera reprochable por el simple hecho de pertenecer a una sociedad organizada en base a todo tipo de estructuras de este tipo. Evidentemente nuestro sistema está profundamente corroído por la falta de ética y el hambre de poder, tanto que incluso las buenas personas creen actuar bien cuando en realidad tienden, inconscientemente en muchas ocasiones, a buscar ámbitos de poder no ético sobre el que dominar alguna cosa o a alguna persona. Pero dicho esto, quiero decir con la misma claridad que he expuesto el mal embrionario de cualquier Estructura de poder, que no todas las estructuras que existen son de poder. Existen algunas, por supuesto las mínimas, de tipo colaborativas, basadas en la cuatro claves básicas para ser de este tipo: libertad de todos sus miembros, respeto absoluto de todos ellos, plena igualdad de derechos entre los mismos y actuación siempre responsable y ética por parte de cada uno.

Quiero volver ahora al origen de este artículo, y quiero hacerlo para engrandecer desde aquí la valentía de aquellas personas, muchas de ellas anónimas, que trabajan diariamente en pro de una sociedad donde la ética, la libertad, la actuación siempre honorable y el respeto absoluto del otro sean los motores de la misma. Y por esta razón quiero unirme a ellas en la esperanza de que un mundo así es posible, un mundo que debe acabar de una vez por todas con esa moral amo-esclavo que lo domina todo, y que como muy bien señaló Hegel fue el germen original de toda nuestra historia. Por ello, para avanzar en la misma, para cambiar su rumbo, levanto desde aquí mi voz y denuncio:

  • Denuncio las Estructuras de poder de todos nuestros gobiernos (ya sean estos de orientación capitalista o comunista), estructuras cuya falta de ética, cuyo exceso de atribuciones y cuyo aforamiento injusto les lleva a cometer actos gravísimos de forma permanente sin sentir jamás la necesidad inmediata de responder por ellos ante la justicia.
  • Denuncio las Estructuras de poder montadas bajo el nombre de Estados Nacionales cuyas deshonestas soberanías les sirven de tapadera para negarse a responder a los principios elementales de una justicia universal.
  • Denuncio las Estructuras de poder de nuestros ejércitos que parten del principio de negar cualquier posibilidad de cuestionamiento de las decisiones de sus mandos, lo que favorece la comisión de todo tipo de atrocidades y barbaries.
  • Denuncio las Estructuras de poder de la mayoría de las organizaciones religiosas que gozan de privilegios injustos y acallan y ocultan casos gravísimos cometidos contra sus propios simpatizantes y correligionarios.
  • Denuncio las Estructuras de poder de los sistemas de justicia de nuestros países, organizaciones marioneta puestos en muchos casos a dedo por los lobbies de poder de las estructuras del estado, y que en muchas ocasiones ni defienden a las víctimas ni defienden a los propios jueces valientes a quienes dicen representar.
  • Denuncio las Estructuras de poder que conforman todo el tejido empresarial de nuestro sistema capitalista, cuyos fines materialistas y muchas veces injustos constituyen el caldo de cultivo de todo tipo de comportamientos no éticos (tanto internos, que sufren los propios trabajadores de las mismas, como externos, que sufren sus clientes finales). 
  • Denuncio las Estructuras de poder de los grupos sindicales, que acaban lideradas por personas cuyos intereses particulares los llevan, en muchas ocasiones, a cometer los mismos comportamientos no éticos que el resto de Estructuras de poder.

Estoy convencido que la llave para cambiar este sistema no está en manos de ningún grupo salvífico ni en la chistera mágica de un líder quimérico pendiente de llegar. La posibilidad de cambiarlo está en las manos de cada ciudadano particular: en cada una de nuestras acciones, en cada uno de nuestros comportamientos, en cada una de nuestras actitudes.

Estoy convencido de ello. Por favor, ¡llevémoslo a cabo!



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